Comienzo por aquí, porque es el mejor lugar para dar marcha atrás.
Durante cinco años he mirado y escuchado esta imagen. Hoy he dejado de hacerlo. Después del último mail de Diego en el que me decía que había encontrado la dirección del lugar donde estaba ubicada la cámara, me mandaba una foto del portón verde y el número de teléfono de German, el dueño de la casa. Después de que Carlos emprendiera el viaje hasta su azotea. Después de que German le contará que ese año los Xinacates se teñirían el cuerpo del tinte negro y danzarían por las calles de San Nicolas pidiéndole al volcán que no erupcionará. Deje de mirarla después de que Carlos se preparara para contarle al micrófono de la cámara, mientras yo esperaba atenta a miles de km, qué es lo que había detrás de ella. Deje de mirarla después de que minutos antes de que ésto pasara el volcán explotara y las cenizas desactivaran la cámara mientras que Carlos, describendo el fuera de campo, amplíaba lo que la rigidez del punto de vista no me dejaba ver. Deje de mirar al volcán después de saber que el perro que ladrababa por las noches se llama Sky.
A veces pienso que he mirado tanto esta imagen porque nací en un desierto. Allí se fue formando mi visión. Buscando refugio en la hostilidad. Robando agua del pozo seco de mi vecino aprendí rápido a identificar los gestos de desconfianza, aprendí rápido que los perros que estaban atados a una cadena y que ladran cuando intentas acercarte también tenían miedo. En los desiertos tienes la sensación de que cuanto más corres menos avanzas, ni el calor, ni el horizonte te dejan huir.
Allí las piedras se mueven.
Cuando era pequeña las miraba moverse, despacio. Soñaba con piedras, soñaba que las miraba. Después todo fue mirar. Hasta donde pueda, hasta donde me dejen. Entonces apareció lo íntimo aquello que se oculta una y otra vez. Desde lejos, escondida, buscando la distancia justa. Y alguien, otra vez, me habló del miedo. Busqué un lugar, otro refugio y empecé a cavar tan adentro como mi altura. Ahí enterré el Tótem de piedra blanca que mide 164 láminas de 20cm de mármol blanco que hice con algunos listones de piedra que mi hermano había robado en alguna cantera y que puse en equilibrio como me enseñó mi madre a hacer. Esta es la única imagen que tenemos juntos.
Dije que sí. Después de hacerles contar hasta 100 apreté el boton verde de la pantalla. Aparecieron las dos en la cama de una de ellas, esperaban mis instrucciones. Les hice creer que se encontrarían en algún punto en mitad de algún lugar y que allí representarían el baile en el que durante semanas habían estado trabajando. Pudieron arrepentirse. Sin embargo, una acabó en un puente partido, la otra en un parking abandonado al lado de una autopista. Y esperaron. Después lo titularon descíframe, divide x2, coge tu parte y huye.
Yo fuí la última, delante de mí estaba ella. El 49 y el 51 eran los números que quedaban para ser parte de los 100. Uno por encíma, el otro por debajo, los dos suman 100. Elijió el 51, yo me quede con el que descartó. Había que tatuarselo y esperar a recibir el mail en el que nos dirian dónde y cuando nos encontraríamos.
︎ ︎ ︎