Acción site specific, vídeo, 20’

Un paisaje extraño (Febrero, 2020) es el título de la acción que fue llevada a cabo por los artistas Violeta Mayoral y Carlos Morales entre la azotea donde se encuentra ubicada la webcam que monitorea en streaming la actividad del volcán Popocatépetl 24 horas 365 días al año en San Nicolás de los Ranchos (Puebla, México) y el canal de Youtube donde se retransmite el video en directo. La acción interviene desde el fuera de campo en la diégesis de este paisaje digital a través de la intromisión de la voz de Carlos  en el audio del video en streaming mientras ella y los espectadores lo escuchaban. 

Violeta invitó a Carlos Morales a que viajara desde DF hasta la azotea con el fin de describir, a través del micrófono de la cámara, lo que había detrás y alrededor de la webcam, su fuera de campo. La acción que se preguntaba por lo que excluye el punto de vista dominante, el alrededor o su afuera, terminó por integrar cuestiones relacionadas con las lógicas y los límites de la mismidad, la calidad especular de lo otro o por el afuera de sí mismo.

La experiencia semántica del paisaje que retransmite la webcam del volcán Popocatépetl ha sido una obsesión para la artista que durante años ha llevado a cabo un proceso de reconocimiento del acontecimiento sonoro. Un paisaje/ signo al que recurre para mirarlo, observarlo, escucharlo en una inconsciente búsqueda del evento u objeto ausente que reconocer, rellenando vacíos, estableciendo patrones, suponiendo similitudes, correspondencias, repeticiones del entorno sonoro cotidiano de la vida de San Nicolás de los Ranchos. Mientras que la webcam filtra el sonido de una realidad que no se ve la imagen fija del volcán se convierte en un contenedor de expectativas en el que la necesidad de satisfacer el deseo hacia aquello que esperamos sostiene la atención. A su vez, el contacto con el paisaje pasa por una translación del tiempo de lo otro al tiempo del que mira mediado por una interfaz o espacio digital que obliga a percibirse dentro de una experiencia propia del tiempo representacional. La experiencia temporal del streaming se articula en un tiempo empíricamente imposible, pero ficcionalmente viable. De la confluencia de estos tres escenarios temporales; la imagen que transcurre en un tiempo “real” del volcán, junto al tiempo del sonido extradiegético de la vida cotidiana del pueblo y en contraposición al tiempo del espectador, vinculado a su experiencia habitual, aparece un ahora que permanece “nunc stans” una duración sin comienzo ni fin.

El flujo de asociaciones lineales (pasado-presente-futuro) que hacemos alrededor del tiempo es la forma usada como principio de construcción de la propia existencia. El tiempo es el material simbólico por medio del cual forjamos la narrativa de la realidad y nuestra conciencia de ser en el mundo.

La acción proponía un giro perceptivo que desplazase el eje de atención hacia el tiempo del fuera de campo, con la intención de percatarnos de la existencia de una “realidad” “otra cosa” que va más allá de lo que determina el punto de vista dominante. Esta transición, salto o desplazamiento se produciría a través de las cualidades fenomenológicas del sonido capaz de ser un canalizador, portal o umbral entre el atrás y el adelante de la parcela de realidad que capta el ojo cada vez que hace una panorámica del entorno. Así, este ya no quedaría acotado a los 180º de horizonte visible, las líneas imaginarias que perfilan un cuadrado o un rectángulo de la misma manera que lo hace el frame de una imagen o una imagen mental, si no que se prolonga ampliando la espacialidad del campo percibido.

La voz de Carlos se articula como un dispositivo mediador entre dos planos jerárquicos, lo que se ve y lo que no se ve, a la vez que desplazar la afectación del objeto sensible al campo de lo invisible, un giro fenomenológico que pone en el centro de lo experienciable la inmaterialidad.

Este desplazamiento hacia el fuera de campo, hacia lo que se oye pero no se ve, obliga al
espectador a construir sus “propias” imágenes, buscando un paisaje que ordenar. Es en este espacio de atrás, incierto, obtuso, en este encuentro con lo desconocido, con lo otro o lo extraño es donde se afirma lo propio. Buscando certidumbres aparece la Inferencia, la necesidad de rellenar lo que “falta” con material de la experiencia. La necesidad de reconocer, construir y proyectar nuestros paisajes para darle sentido a lo que se está oyendo. Se trata del proceso mediante el cual la conciencia se mueve dentro de la percepción sonora para tratar de encajar con el sistema de creencias adquirido el acontecimiento sonoro que se está subjetivando. La ordenación espacial de lo obtuso a partir de la búsqueda de referencias intrínseca en el proceso de conocimiento.

Entendemos la realidad a partir de un posicionamiento espacio temporal, un anclaje que proporciona un marco con el que contrastarse para percibirse así mismo, para existir. En este sentido, al introducir la categoría de fuera de campo se incorpora necesariamente la noción de campo. Se establece pues una relación entre la voz en relación a la imagen. El atrás del delante. Un parentesco incuestionable.
Al integrar el foco de interés al atrás se produce una dislocación espacial que evidencia la posición y las coordenadas espacio temporales del cuerpo que es afectado siendo capaz de intuir sus propios márgenes, sus propios límites y hasta las formas de su corporalidad.

El yo, lo ideolectal, se asimila al reconocerse dentro y a partir de un marco sociolectal, esto es la construcción del sujeto en base a una estructura social.

Tu nombre, el aparato ideológico del yo, es una palabra que describe a un sujeto único, un
sonido adjudicado al nacer que es repetido, con el que te identificas y respondes. Nos llamamos, un ritual de reconocimiento que practicamos sin interrupción y que nos garantiza que somos reales, sujetos concretos, inconfundibles. A partir de aquí ya se nos otorga un esquema con el que comprendernos y poder significar el mundo ya sea a través de su aceptación o su rechazo, sin embargo nunca podrá ser ignorado.

El desplazamiento del eje de atención que incorpora lo obtuso como fuente de autoreconocimiento a partir de otros marcos de contingencia abstractos también nos advierte del funcionamiento del mecanismo de reconocimiento ideológico del yo, la lógica con la que inferimos sentido con tal de reconocernos en espacios no representados, le necesidad de convertir lo que creemos incierto en certero. Lo que hay detrás, aquello extraño, intangible, desconocido, se convierte en familiar en el mismo instante que es reconocido. Nos interpelamos a nosotros mismos. Es la manera de hacer del entorno extraño un paisaje cercano, una manera de existir y tener nuestro lugar en el mundo, una manera de lidiar con el miedo hacia aquello que se nos escapa al control epistemológico, dominar a lo otro no es más que un proceso de familiarización ideológico.

La acción no solo evidencia ese algo más, un espacio incierto que se expande partir de la intromisión de la voz de Carlos en el audio del streaming, sino que resalta la relación de la mismidad con la alteridad, insistiéndo en que frente a lo desconocido surge lo propio, los mecanismo de autoreconomiento sociolectales que nos aseguran un lugar en el mundo. La voz de Carlos  se manifiesta como un signo, una especie de autointerpelación o una marca que nos dejamos a nosotros mismos, la imposición de una huella que depositamos en el contacto con ese paisaje incierto, lejano, recurriendo a un hegemónico sistema ideológico que viene a inferir sentido con tal de calmar el miedo que provoca desdibujar el sí mismo para comenzar a trazar un abismo.

Un paisaje extraño es un espejo que se mira y atraviesa y que hace resurgir del interior la propia representación de la alteridad. Como una envoltura reversible que toma conciencia de su condición.